martes, 23 de octubre de 2007

Fantasía

Fantasear cuando uno es niño no es una tarea difícil. Más bien consiste en un juego, parte del propio desarrollo del infante, una puerta que prácticamente todos hemos atravesado. Al crecer, el sentimiento de ensueño que nos arrastra durante toda la infancia, se transforma en algo inútil, accesorio en la cotidianeidad de nuestras vidas. Soñar se deja para cuando dormimos. El acto simple de imaginar acudiendo a nuestros sueños, esperanzas e ilusiones, se relaciona con el iluso, el romántico, el eterno soñador. Sin embargo, aquellos que colocan un muro limitando su capacidad y se permiten renombrar este acto tan natural, perdieron en algún momento parte esa esencia del ser humano. Para ellos, no valen las excusas ante la necesaria estabilidad de la realidad. Aquella antigua sensación de inventar se difumina en la simple y cotidiana atmósfera de lo correcto, alabando únicamente a los personajes de gran reconocimiento, que por dedicarse a ello, utilizan su ingenio como moneda de cambio en el sistema económico de nuestros días.

La fantasía es un delirio que va unido necesariamente a las esperanzas y a nuestros sueños. Somos personas racionales, pero la fantasía permanece en aquellos que nos gusta vislumbrar otro escenario (que no siempre se aleja en demasía de la realidad), catar nuevas dimensiones y frutos de árboles ficticios, crear, dar a luz mundos más allá del arcoiris, encontrar barcos llenos de sanguinarios piratas, hallar un país donde nos conservemos como niños. Al fin y al cabo, es jugar a ser Dios con nuestras propias normas.

Ya en la antigüedad se usaba la imaginación para explicar aquellos hechos enigmáticos a los ojos humanos, y que con el paso del tiempo se han comprendido de una forma racional y científica. Algunas de las más importantes obras de la historia contienen elementos de fantasía, que para los humanos de entonces suponían simplemente su propia realidad (Homero “La Iliada”). No obstante, fantasía y ciencia no siempre van por caminos diferentes.

Al hablar de fantasía, a menudo se piensa en elfos, orcos y enanos, princesas encantadas y caballeros acompañados de poderosos magos (Tolkien, C.S. Lewis, Denis MacTiernan, Louis Cooper, Javier Negrete, entre otros). Sin embargo, la fantasía no tiene límites, tal y como plasmaba Michael Ende en aquel maravilloso libro: “La historia Interminable”. Fantasía es recurrir a cualquier elemento ajeno a lo real, puede ser algo terrorífico (Edgar Alan Poe), con elementos de ciencia-ficción (Isaac Asimov), tecnológico, etc. Hay grandes historias que toman elementos de fantasía, para incluirlos con total naturalidad en un contenido usual. Incluso hoy en día, lo que antaño fue una extrema fantasía de su autor, se ha convertido en uno de los hechos más importantes de la historia de la humanidad (Julio Verne y su “De la Tierra a la Luna”). Porque imaginar es una palabra, pero el acto es algo infinito, y fantasía es una vocablo al que –sobre todo en el mundo literario-, se pueden vincular determinados tipos de creaciones, pero fantasear es una capacidad innata e importante, pese a que muchas veces tenga tan malas connotaciones.

Soñar, en esta utopía de mundo real hecho a nuestra medida, se nos permite a todos, aunque pocos son los que se atreven a mostrar al resto, entre páginas y palabras mascadas con ilusión, la puerta abierta a la niñez.

1 comentario:

  1. Suena a sueño.
    Imaginar historias, personajes, situaciones, relojes enormes y lo que aún no está inventado... tal vez sea tarea de niños perdidos y de indios. Tal vez hay más indios y niños perdidos de los que en principio parecen ser.

    ResponderEliminar