martes, 26 de febrero de 2013

CREACIÓN


 
En algún momento de su vida fue vulnerable a las palabras de Dios. Promesas infundadas en falsos deseos le llevaron a soñar con un paraíso extinto ya en la tierra de los hombres. En su honestidad e ignorancia predicó la bondad y el buen camino. Su juventud no supuso obstáculo para seguir la senda correcta. Y las dificultades de aquel lugar en ninguna parte, lejos de toda ley y orden, no habían hecho más que acrecentar su fe y las ganas de servir al que mira desde lo más alto. Pero algo surgía desde su interior, una emoción más fuerte que cualquier creencia, una sensación, y como él lo definía con pena, un obstáculo para su alma.
    Un lustro había tardado en recaudar el dinero suficiente, rondando los altos cargos, aceptando inmorales regalos por injustos perdones. Finalmente, tras décadas de ensoñaciones y palabras vanas, se iniciaba su sueño, la reforma de la pequeña Iglesia de San Jorge.
   Caminó varios metros observando las desgastadas pinturas de los techos y de las paredes con una sonrisa. Esquivó un andamio, sorteó varios cubos y evitó con suerte un resbaladizo suelo. En ese momento la vio por primera vez, hermosa, virtuosa, prohibida, surgiendo con cautela tras una columna.
   ―Vengo a confesarme, padre −susurró avergonzada. Sus largos cabellos peleaban por mostrar toda su extensión bajo su blanquecino velo. Alzó los ojos y miró a los tres ángeles que coronaban la estropeada pintura religiosa tras el confesionario−.He de saciarme con vuestro perdón y redimir mis pecados, Padre Miguel.
   Él la miró sorprendido, observando el fino rostro de la dama. En todo el largo tiempo como misionero en aquellas tierras sureñas, jamás había visto semejante hermosura. Sin embargo, aquella mujer no tenía parecido alguno con las nativas, de por sí portadoras de exquisita y sensual belleza. Sus cabellos dorados y su piel bañada por el más puro nácar, aquellos ojos que susurraban aún más que sus palabras, y un secreto, un pecado que necesitaba ser confesado, supusieron el mayor reto a la castidad de toda su existencia al servicio del Señor.
   ―Padre… −murmuró esta vez. Con delicadeza recogió parte de su vestido dejando apreciar sus pequeños tobillos. Giró, volvió a mirar los tres ángeles vigilantes y se introdujo en el estrecho habitáculo del confesionario.
   El Padre Miguel ocupó la estancia contigua, escuchando a través de la rejilla de madera el crujir del particular vestido de la dama, blanco, bordado y de gran envergadura. No cabía duda, era un atuendo único, especial e inconfundible.
   ―¿Qué clase de pecados puede tener, hija mía? Me azora y desconcierta vuestra necesidad de confesión. ¿No deberíais estar en otro lugar en estos momentos? −intentó serenar sus palabras pero le envolvió la incipiente curiosidad.
   La mujer terminó de acomodarse y el crujido cesó. Dejó caer su cuerpo sobre la pared contigua, apoyando la frente sobre el enrejado.
   ―Mariel −dejó escapar de forma débil.
   ―¿Mariel? −repitió él.
   ―Mi nombre es Mariel, así dispusieron aquellos que me engendraron −el padre Miguel comenzó a sentir el cálido aliento femenino a través de la reja de madera.
    ―No es menester que conozca vuestro nombre, si de pecados ha de tratar nuestra conversación podéis ocultarme vuestra identidad. Dios es quien os perdonará y quien sabrá donde dirigir su misericordia.
   La mujer giró la cabeza y sonrió, mirando fijamente el sereno rostro del hombre.
   ―No hay anonimato que me interese −dijo, prosiguiendo siempre con un suave hilo de voz−. Si en la complicidad de este habitáculo incómodo he de confesarle mis intimidades e infortunios, prefiero que sepáis mi referencia, así podréis interceder por mi alma.
   El Padre Miguel acarició la cruz plateada que pendía de su cuello. Suspiró y comenzó su trabajo, realizando con premura el símbolo de la santificación.
   ―Comenzaré desde el principio. Pero no desde mi principio, sino desde que la vida me habló −aclaró. Su ojos se alimentaron de esperanza, abrió los parpados mostrando la claridad de su iris, anhelando una palabra alentadora del atento oyente. El Padre Miguel permaneció en silencio.


   «Hace tres siglos, los primeros colonos que llegaron a este recóndito lugar construyeron una pequeña iglesia. Le dieron el nombre de San Jorge por los extraños amuletos con forma de dragón que pendían de los cuellos de los nativos. La rudeza de esta tierra hizo que los extranjeros no se amoldaran a las yermas montañas, por lo que con el tiempo se trasladaron a zonas más cercanas al nivel del mar. Los colonos se marcharon y con ellos la imposición religiosa, quedando olvidado este pequeño santuario hasta vuestra llegada.
   Durante los años que sobrevivieron las nuevas gentes en estas altitudes, como bien le he dicho padre Miguel, mostraron dedicación exclusiva “en domar” los infieles corazones de los lugareños, y en enseñarles piedra a piedra, sudor a sudor, que Dios todopoderoso estaría agradecido con ellos a cambio de un precioso templo donde rezar.
   La iglesia se terminó. Todos se sintieron satisfechos por la obra. Sólo faltaba lo más importante y que haría a esta casa de Dios mejor que otras. El oro. Sí, el oro que nacía en lo más recóndito de estas montañas, cuyo valor de cambio jamás había sido apreciado por los nativos, pero que era utilizado como materia prima en muchos de sus utensilios y objetos ornamentales.
   El Consejo de Mayores convenció al Vaticano para que las pinturas de las paredes y techos fueran realizadas por un joven oriundo, Tensan, de quien decían había sido honrado con dotes divinas para dicho arte. El joven pintor comenzó su gran obra, ansioso por el gran encargo pero también temeroso por no agradar al Señor.
   En su primer día de labor Tensan dudó. En sus manos portaba pinceles hechos a mano por sus orgullosos vecinos, tarros con pinturas de variados colores y muchas ideas en su mente. Pero no sabía por donde comenzar. El joven cerró los párpados y giró sobre si mismo, recordando un viejo juego de la infancia. Abrió los ojos y vio la bóveda, virgen de color alguno, y la pared sobre la que plasmaría el primer mural.»

   La puerta principal se abrió. Un suave y helado viento llegó hasta el confesionario, lento, apacible, sereno. Nadie entró, nadie salió, la gran madera de roble volvió a su sitio. El viento cesó y en su lugar les llegó un aroma dulzón.
   ―Hija mía, no desconocía cómo fue erigida esta Casa, ni que fue un lugareño con sueños de grandeza quien la pintó −señaló algo incómodo−. Pero ¿qué relación puede tener con los pecados que decís querer purgar?
   Mariel respiró profundamente dando por respuesta el sonoro gesto. El confesor pudo imaginarse como el oxigeno invadía el interior de la muchacha y llegaba al centro de su cuerpo, a unos pulmones intensos bajo el bordado escote. Evadió la imagen demasiado tarde de su mente e imitó un desconsolador tosido.
   ―¿Lo oléis Padre?
   El religioso calló.
   ―Es el aroma a almizcle, linaza, estuco, añil, albayalde, malaquita. Son los materiales conformados en las imágenes divinas trazadas por una mano humana. Es parte de la pintura salida de un corazón terrenal, cuyos trazos sencillos brindaron de color este Santuario seco de comprensión.
     Desde la extensa balconada diseñada sin ningún fin, pero en cuya base dormía un órgano estropeado, surgió una leve melodía, pasos que respiraban música a través de los tubos de latón. El sonoro palpitar fundió las notas al aroma prendido entre las piedras y los rosetones, haciendo más intensa la sensación de divinidad y de vida.

     «Padre, no todas las creaciones nacen de la mano de Dios. Aquel humilde artista nacido entre gentes sencillas supo captar la virtualidad y la esencia de la propia existencia.
     Tras varios días, Tensan comenzó a trazar el boceto de la primera pintura, un trío de ángeles a cual más hermoso y divino».

   El padre Miguel alzó el rostro mirando el techo de madera del confesionario, trasladando su vista a la desdibujada pintura de la bóveda que les protegía, imaginando con dificultad la obra en todo su esplendor, sin humedades ni fragmentos perdidos entre la piedra y los siglos.

   «Los tres ángeles, como le dije padre, eran hermosos, nacidos de la imaginación de un humano que jamás había conocido belleza tan grande. Pero uno ellos destacaba entre sus dos compañeros. Su rostro celestial parecía haber brindado santidad a un lugar que nunca había sido bendecido por la gracia de Dios, otorgando luz y calidez a cada rincón. Su etérea mirada acompañaba al joven pintor mientras trabajaba y Tensan se encandiló de aquellos fieles ojos. Continuó con la siguiente pintura mientras sentía la cercanía del primer ángel concebido con sus manos. Comenzó a hablarle, a susurrarle sus inquietudes y sus sueños, explicándole la razón de cada trazo dado con el pincel. Allí, bajo la edificación construida con el sudor de sus congéneres se sentía libre y en una extraña paz mientras conversaba con su creación.
   Los meses transcurrieron y el final de su trabajo se hacía más y más cercano. El Consejo de Mayores se regocijaba en pensar la recompensa del Señor por aquella ofrenda tan magnánima, emocionados por la confirmada visita del propio Papa, a quien sentarían en un trono de oro en el altar de la Iglesia.
   El primer día de otoño Tensan guardó sus pinceles. Aquella mañana el sol entraba débil y tenue entre los pequeños rosetones. Por primera vez se había negado a mirar a su ángel, entristecido. Ya no habría quien le escuchase con tanta atención ni le observase dulcemente. Había conseguido un buen trabajo al otro lado del océano como pintor, lejos de las desnudas montañas, de sus gentes y de aquellos exacerbados religiosos, pero lejos de él. Salió cruzando el umbral dorado mientras su corazón se encogía, entonces se giró, no podría marchar sin ver por última vez la figura eterna de su ángel».

   Nuevamente hubo silencio en el confesionario. El sonido afónico del órgano se había transformado en un incómodo zumbido. Pero había algo más que perturbaba al siervo de Dios, que lo balanceaba entre irreconocibles sensaciones. El corazón se sacudía sin esfuerzo en aquel cuerpo cubierto con sotana negra, mientras su garganta se apresuraba a gritar un lamento que no lograba salir.

     «Padre. Lo que vio Tensan le extrañó. Parte de la pintura del rostro del primer ángel parecía emborronado en la distancia. ¿Cómo era posible? Se preguntaba mientras se acercaba a la plana figura. Fue entonces cuando un dolor intenso le partió en dos el delicado corazón que latía en su interior, al  ver que una lágrima surcaba la hermosa mejilla del ángel. El joven se retiró temeroso, perdiendo el equilibrio sobre las altas tablas de madera. La imagen parecía tomar cuerpo, querer salir del mural del que había nacido. Una mano surgió de la pintura, después un brazo, y así el resto del cuerpo. El llanto surgía ahora del rostro de Tensan, que miraba con tremenda admiración aquel ser perfecto que había tomado forma. Era el primer ángel, su ángel, quien respiraba, caminaba y le acariciaba la cara acercando su boca a la suya, sumiéndole en unos tiernos labios carmesí.»

   El Padre Miguel salió del habitáculo asfixiado, apartando el sudor frío de su frente con la manga del traje eclesiástico. Mariel le siguió, alzando por primera vez la voz que retumbó sin gran esfuerzo.
   ―Sí padre. Ese fue el pecado del humilde pintor, plasmar la imagen de un ángel que desde los cielos le escuchó. Fue tanta la pasión puesta en la creación de aquella figura divina, que sus sueños, sus deseos y su corazón bondadoso alcanzaron el alma del ángel. Un ser inmortal que se condenó por amar a aquel humano que le había retratado.
   ―No… no me encuentro bien −se retiró encogiéndose, alejándose de la muchacha cuyo olor le parecía más y más exquisito.
   ―Pero Dios, el más divino de todos se enteró de aquel profundo amor entre el humano y el ángel, y envidioso les condenó −las enaguas del vestido blanco crujían mientras se acercaba al escurridizo Padre−. Jamás volverían a encontrarse. Morirían y renacerían mil vidas el uno alejado del otro hasta que se olvidase su ofensa. El ángel perdió sus alas y se volvió mortal, y el joven Tensan se hundió entre las aguas del Atlántico.
   El Padre la miró tras varios minutos, percibiendo inquietud en la muchacha. Se incorporó serenándose sin ocultar sus vidriosos ojos.
   ―¿Cuál es vuestro pecado, hija? ¿Cuál es la poderosa causa que os lleva a narrarme esa historia inverosímil el día de vuestra boda?
   Mariel sonrió con una mueca que no logró disipar su belleza, alisó el pulcro vestido y colocó unos mechones sueltos bajo el transparente velo que coronaba su figura.
   ―Mi pecado es no haberos recordado hasta hoy −sostuvo una mirada arrebatadora y a la vez de reproche−, el vuestro… intentar eliminar el mural que creasteis y me llevó hasta vos. Sólo quiero saber si me recordáis, solo quiero saber si esta broma de Dios al marcar vuestro destino como religioso tiene algún sentido tras tantos siglos separados.
   Por primera vez el Padre Miguel reconoció que ansiaba tocar la piel de la joven, abrazarla, tenerla entre sus brazos y arrancar de su delicado cuerpo aquel traje nupcial que no había sido puesto para él.
   ―No…no os recuerdo −negó duramente mientras recuperaba la compostura−. De hecho no tengo tiempo para mostrar más paciencia con vuestras bromas, hija.
   Mariel acercó su rostro al de él como reacción a sus palabras, dolida, perdida en la desazón, dejando que él apartase el suyo con lentitud y le diese la espalda. Sin esperanza avanzó hacia la puerta dejando atrás al padre Miguel.
   ―Tengo un compromiso y mucha gente que me espera −susurró sin sentimiento alguno, con voz altanera pero manteniendo el candor en sus palabras−. Adiós, Tensan.
   Él la siguió lentamente en la distancia, viéndola perderse entre la luz de la mañana otoñal. Finalmente se apoyó en la entrada, y allí, bajo el descolorido umbral dorado su corazón se encogió atrapado en un puño invisible. Se giró, como antaño el joven pintor, y miró el mural de los tres ángeles, observando con desgarradora tristeza como el desolado llanto del primer ángel, de su ángel, emborronaba la hermosa imagen haciéndola desaparecer por completo entre la fría y húmeda piedra del santo lugar.


© Mª Teresa Martín González



                                                                                      
                                                                      

14 comentarios:

  1. Amiga! Al final no pasé por Granada, se suspendió el evento, será para la próxima, que si seguro y te lo afirmo que volveré! Tu como estas?

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  2. HOLA MARIA TERESA, ME ALEGRA DE VERTE DE NUEVO AMIGA MIA.
    DISCULPA QUE NO PUEDA LEER TU CUENTO, PUES NO ESTOY MUY BIEN, PERO PASARÉ DE VUELTA, NO NOCHE CUANDO TODO ESTÉ TRANQUILO.

    BESOS Y ABRAZOS.

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  3. Muy bueno amiga , eres "Genial. Un beso grande.

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  4. Un pulcritud encomiable, enhorabuena.

    Franzl.

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  5. Eres extraordinaria y genial.
    Me alegra volver a leerte.
    Un abrazo.

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  6. Teresa!!!, que placer leerte, tu relato me atrapo en nítidas y hermosas imágenes.

    Gracias, por este momento, y por pasar por mi blog y dejar la puerta abierta al tuyo.

    Con total placer te sigo :)

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  7. Amiga, me ha respondido la editorial, que no les ha llegado el correo, si por favor puedes reenviarlo.

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  8. HOLA TERESA
    SIN DUDA, UNA EXCELENTE NARRADORA,MUY ESPIRITUAL, PROFUNDA, MARCANDO CLAROS MATICES EN UNA TRAMA QUE ATRAPA MUCHO.
    BESITOS AMIGA.
    QUE TENGAS BONITO DOMINGO.

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  9. GRACIAS TERESA POR TUS PALABRAS Y POR COMPARTIR EL TÉ, UNA OCURRENCIA MIA PARA NO ABURRIRME. ES QUE QUISE PARTICIPAR DEL TÉ QUE ORGANIZAN UNAS AMIGAS DE EEUU Y CANADÁ, CREO QUE SOY LA UNICA ARGENTINA QUE LO HACE. TENGO ALGUNAS TACITAS, NADA QUE VER CON ELLAS QUE TIENEN COLECCIONES ENTERAS.

    CON POCOS RECURSOS ME ARREGLO.
    BESITOS

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  10. GRACIAS POR TU HUELLA QUERIDA MARIA TERESA.
    QUE TENGAS LINDO DOMINGO.
    UN BESO Y UN ABRAZO FUERTE QUERIDA AMIGA.
    SIEMPRE FIEL A PESAR DEL TIEMPO.

    UN CARIÑO GRANDE.

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  11. He estado ausente unos cuantos días y el motivo es visible en los blogs…

    El paso de los días se van sucediendo y las heridas abiertas van al encuentro de los medios para ser cicatrizadas, más nunca olvidadas.

    Intento que todo vuelva a la normalidad, pero no puedo ocultar que dentro de mí algo se ha roto dejando un enorme vacío.

    Pero como soy por instinto optimista reanudo las visitas a este tu maravilloso espacio de luz, donde me has tendido las manos continuamente, brindándome el cariño y la mesura de las palabras, que yo siempre he valorado y apreciado, más allá del tiempo y los sentimientos…

    ¡¡Y ante todo, te doy las gracias en gran medida por ayudarme a continuar el camino!!

    Un beso con dulzura

    Y un abrazo con ternura.

    Atte.
    María Del Carmen


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  12. Que buena eres. Prometo seguir comentando tus relatos. Un abrazo.

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  13. Hoy han caído perlas de rocío en la ventana de la esperanza,

    Esas perlas son la salud, la paz, el amor y la felicidad

    Y quisiera contigo y mi cariño compartirlas…

    Para disfrutar del fin semana en armonía y con alegría!!

    ❤ ♫ ❤ ♫ ❤ ♫ ❤

    Atte.
    María Del Carmen


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  14. Te deseo
    Un feliz jueves Santo
    Día del Amor Fraterno,
    desde el recogimiento
    y la serenidad de las palabras.

    Un abrazo con mesura
    y un beso con ternura.

    Atte.
    María Del Carmen



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