martes, 26 de febrero de 2008

El deseo

Hubo una vez un ser cuyas alas esplendorosas le impedían, sin embargo, alcanzar la joya más hermosa que pendía del gran árbol de la vida. A la vez que su cuerpo, las alas crecían poco a poco permitiéndole volar cada vez más alto. Un día uno de sus hermanos le ofreció unas enormes tijeras con las cuales poder seccionar del racimo su preciado tesoro. El ser miró su gran ambición, cogió el objeto cortante y se rasgó con desidia cada una de sus alas, soñando todas las noches con la preciada piedra brillante.

domingo, 17 de febrero de 2008

El hogar se queda atrás, pero siempre espera.

La luna presenciaba intacta, plena e incansable mi amargo caminar sobre aquella piedra húmeda y negra por donde vagaban mi pasos. Los pequeños charcos formados por la lluvia arrojada durante las primeras horas, estallaban en diminutas gotas rebotando contra mis botas. Aquella ciudad que ahora se abría ante mí dibujando sus contornos, me había olvidado, echado, expulsado de sus recuerdos y de su censo, renegado a un lugar lejano. Sin embargo, aquella noche inmensa la calle se me mostraba cálida como buena anfitriona, donde simulados farolillos pendían de algunos muros, iluminando mis negras vestimentas y mi sombrero. Los edificios clamaban a gritos un espacio donde expandirse en aquella amalgama de construcciones vencidas por el paso del tiempo, las fachadas sostenían los ruinosos balcones y en cada uno de sus tejados plateados graznaban los cuervos. Dejé atrás las anchas puertas de madera tintada de colores gastados, para adentrarme, como era mi intención, en aquel vergel que rodeaba el viejo mercado. Multitud de flores se exponían deseosas de que la luz nueva reflejase sus vivos colores palidecidos por la larga nocturnidad, recelosas no obstante ante mi presencia; embargándome, acompañándome y trasladándome con su dulce aroma a un recuerdo, una imagen de un pasado no tanto olvidado como arrinconado en algún lugar de mi cabeza.

Comencé a escuchar las primeras voces del mercado nocturno, unas más altas que otras, graves, finas, suaves y fuertes. Cada una de ellas me fue mostrando a su dueño al acercarme.

Un jovencito de rostro alegre y ojos despiertos rozó mis enguantadas manos, “¿Un periódico, señor?”, preguntó, ofreciéndome uno de los diarios mientras sujetaba entre su raída chaqueta varios ejemplares más. Rebusqué entre mis bolsillos, deseando encontrar quizás, alguna moneda perdida. Mis dedos rozaron el metal, pero en aquel entonces supe cual sería el destino de aquel objeto.

Caminé varios metros, dirigiéndome allí donde un edificio enorme presidía la plaza, donde los balcones eran más grandes y las puertas más anchas, donde la construcción parecía brillar orgullosa de los siglos llevados en cada piedra que la constituían. Pude escuchar entonces la voz de un anciano, serena y profunda. Sus arrugadas manos sujetaban un fino palo, mientras una manzana nadaba en un bolde impregnándose de un sabroso caramelo. Continué no obstante, acompañado del meloso olor. Subí varias escaleras alejándome del bullicio. Un perro permanecía tumbado al pie de una puerta abierta y al pasar junto a él gimió protestando por mi molesta presencia. Saqué la moneda y la lance. El redondeado metal giro en el aire, hundiéndose al final en las tranquilas aguas de la fuente de los deseos. “Estoy en casa” sollocé “Estoy en casa”.

viernes, 15 de febrero de 2008

Mi interior

Hoy escuché un silencio tras la puerta. No quise abrir por temor a desvanecerme en aquel espacio ignoto. Me incorporé sin levantarme de mi suelo adoquinado observando el trasiego del tiempo que se había parado en aquel cuartucho. El techo que guardaba tantos secretos ahora se alzaba pretendiendo aplastarme con su incapacidad para dejarme ver el cielo. Noté el sudor de la desidia que resbalaba sobre mi anónimo cuerpo, y respiré sin tragar aliento de vida. No hay ya zapatos que estrenar en mis pies descalzos, solo hay una suela de llagas surgidas para afrontar el futuro de lo ya conocido. Hoy escuché un silencio tras la puerta, abrí, y el silencio me habló de mí.

domingo, 10 de febrero de 2008

Tras la cerradura

No era la primera vez que escuchaba esas malsonantes palabras. Aquella noche, sin embargo, dolían más de lo habitual. El tono austero que parecía gobernar al inicio de la cena había derivado en una complejidad de frases, reproches y gestos desafiantes. No había más dominio que la anarquía familiar y el riesgo provocado por un tirano ahora desconocido. Por consejo de su propio instinto de supervivencia corrió hacia su cuarto, donde los juguetes y la puerta forrada de coloridos carteles conseguirían protegerle hasta el amanecer. Él niño miró a través de la cerradura, rezando porque con su desaparición de escena los ánimos se hubiesen calmado. Pero la ira de su padre, lejos de menguar, engulló el poco sentido común que resistía en aquel salón, arremetiendo contra la única persona que aún se atrevía a desafiarle. Miró con impaciencia y temor, apoyando su mejilla a la férrea placa que rodeaba la manilla. Su ojo derecho podía distinguir los acontecimientos desde el otro lado de la puerta, el izquierdo permanecía cerrado con fuerza al igual que sus insignificantes puños.

El primer golpe no tardó en llegar. Aunque aquella severa mano siempre había estado en la antesala de la violencia, era la primera vez que su padre sobrepasaba el límite desde el daño emocional hasta la piel de su madre. Habitualmente solía recolectar él los frutos de tanta furia y maldad. “Mama” gritó el pequeño aún en el temor de que el ogro atravesase su infantil guarida. Le siguieron más golpes, tantos que los puños del niño tomaron el mismo color que el rostro de su madre. Otro golpe, el último, invisible desde su posición de espectador atemorizado. Algo cayó sobre la puerta tapando el agujero. Se hizo la oscuridad, el silencio. Sus manos se aflojaron para abrazar su pecho sin apartar la mirada de su objetivo, esperando una palabra, un susurro, un lamento que le rescatara de la incertidumbre. Finalmente la luz amarillenta atravesó de nuevo la abertura aclarando su pupila. “Tranquilo cariño, ya todo se ha acabado”, escuchó, vislumbrando el lastimado rostro de su madre que por primera vez se permitía una ligera sonrisa.


viernes, 8 de febrero de 2008

LILITH 2

La luna despuntaba afilada en aquella cúpula nocturna que nos brindaba la protección de la oscuridad sobrenatural. Un sonido nos advertía del peligro entre las raíces de los siniestros árboles que crecían al pie de las rocas. En la vigilia les atormentaban las hazañas del pasado y los males no vencidos, mientras nuestros destinos viajaban unidos al del corazón de un joven valiente, pero que aún no reconocía su propia valía. Nos seguían los aullidos de mis hermanos, avisándonos, ocultando nuestros apresurados pasos. La espada Verjum nos señalaba el camino soportada por el brazo de Iselor. Pero nuestro destino era un áspero objetivo que arrinconaba nuestros escasos sentimientos de esperanza. La sombra se cernía sobre nuestro mundo, la luna llena nos prometía refugio eterno a los seres de la noche y mi alma perdida se preguntaba si aquella sed de sangre que me corroía podría ser un arma traicionera de doble filo.