© Mª Teresa Martín González
lunes, 21 de mayo de 2012
La mujer intemporal
Incluido en Revista del Taller de Escritura Creativa Guadalfeo - Monográfico de la Mujer Mayo 2007
Siglo XXI, un gran siglo, donde
las esperanzas y las ilusiones de todos los seres humanos comienzan a
engendrarse en esta nueva era. Pero más allá de los sueños y las falsas
promesas de igualdad, libertad y solidaridad, quedan muchos resquicios de
costumbres rancias, sin abolengo que determine su continuidad en una época en
que nosotras, las mujeres, hemos despertado de nuestro letargo impuesto.
He de confesar que son muchas las razones por las que me siento
afortunada. Soy mujer, orgullosa de serlo, lo que no determina por supuesto que
no valore al hombre como compañero, amigo y persona. Mi desarrollo como ser
humano se ha debido sobre todo, a una familia con una capacidad de educación y
unos valores, que ahora cuando soy adulta agradezco y recompenso. Mis padres
nunca me impusieron cadena alguna por ser mujer, es más, siempre me apoyaron y me
recordaban encarecidamente que soñase con una vida plena, sin limitaciones, que
estudiase y que si quería podría ser lo que quisiera.
Vivimos en un país donde las Oportunidades van y vienen. Algunas de esas
oportunidades tienen nombre propio, otras son tan pocas que una ha de pelear
por encontrarlas, y finalmente están aquellas que se forjan por el propio
esfuerzo. Después de las oportunidades tenemos las Soluciones, siendo éstas tan
soñadas como las anteriores y que a veces se confunden con los Remedios. Y sea
como sea, aún nos resistimos a ver más allá, donde aún deberán pasar décadas
para que una mujer pueda tener el primero de los conceptos mencionados,
encontrar una solución a su situación y que la ayuda no llegue tarde, cuando lo
único que se puede hacer es remendar el daño. Pues donde las fronteras limitan
los países, también se suma una línea más fútil, que no se ve a simple vista, pero
que todos observamos lo que subsiste tras sus límites. Una barrera formada por
los espinas de la desigualdad entre géneros, donde el derecho de la mujer a
sobrevivir, a ser esclava, a dormir su personalidad, corona el orden del día de
la sociedad machista.
En nuestro país nos echamos las manos a la cabeza −que buena es esta
expresión para imaginar nuestra constante consternación− cuando vemos una mujer
lapidada, niñas a las que se les impide estudiar como a sus hermanos, velos que
cubren lágrimas y rostros cuya piel jamás será rozada por los rayos del sol,
espaldas y brazos tintados de morado. No obstante, y por mucho que levantemos
nuestros brazos en aspavientos lejanamente solidarios, ya no nos sorprenden las
imágenes, y algunos hasta han conseguido adormecer su ojo a la realidad. Y
entonces volvemos satisfechos a nuestra sociedad desde el viaje ilusorio de
ponernos en el lugar de la mujer vejada. Sin embargo, y si bien es cierto que en
el “mundo” en el que vivimos se han relajado las desigualdades que no hace
tanto tiempo que fueron desechadas, aún debemos limar cadenas y soportar
grilletes por nuestra condición. Aunque seamos mujeres preparadas,
inteligentes, laboralmente activas y con voz propia, todavía debemos escuchar
barbaridades, y no siempre del género masculino.
Aún
sigo escuchando frases proferidas por mujeres, ―lo que agrava el comentario―,
tales como “Tú lo que necesitas es una
mujer de verdad, que te tenga la casa limpia y el plato encima de la mesa”. ¿Y
qué es una mujer de verdad? Me pregunto ante tal barbaridad. Bastante tenemos
que soportar con llevar diariamente el disfraz de superwoman para que no nos
pisoteen en los trabajos para los que valemos más y cobramos menos, que nos
respeten como jefas, como trabajadoras competentes y preparadas, mientras
mantenemos un hogar en el que en muchos casos aún el hombre no se ha decidido a
colaborar en su mantenimiento más allá de poner el salario encima de la mesa.
Se nos está exigiendo ser supermujeres, mujeres de doble cara que han de mantener
la personalidad complaciente de ama de casa, cuidadora a tiempo completo de la
familia e hijos, y por otro lado perseguir nuestros sueños laborales. Son
muchas las supermujeres que he conocido en mi vida, y gracias a ellas en mi
generación hay más igualdad entre géneros. Son mujeres de verdad, igual que las
de hace siglos y las actuales, mujeres que siente y sueñan, que les duele
cuando las golpean.
Hoy
mientras volvía del trabajo en coche, he visto varios policías locales
corriendo, algunos agentes en vehículos y un gran alboroto en una de las
plazas. Cuando he preguntado que sucedía, me han informado de que un hombre
estaba golpeando a su esposa en la cabeza en plena calle y que los ciudadanos
habían socorrido a la indefensa víctima. Me alegró saber que los comprometidos
ciudadanos la habían ayudado, entristeciéndome a su vez al pensar en todas
aquellas mujeres que maquillan su desgracia y que nunca recibirán una mano
salvadora en el silencio de verse ultrajadas, como muñecas de trapo, mujeres que
se las disfraza de segunda clase por tener dos ovarios, mujeres de mentira para
aquel que una vez prometió protegerla.
Estoy
segura que la cordura mundial y la igualdad alguna vez invadirán todos los
países, porque aunque sea lentamente, las voces de las mujeres se hacen
escuchar.
© Mª Teresa Martín González
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