domingo, 31 de agosto de 2008

LILITH 4 FINAL

Un grito desgarrador recorrió todo el campo de batalla, pronunciado con rencor y odio. Enkidu miró la espada Verjum que Iselor había introducido en su pecho, atravesándolo, quebrando su pútrido corazón. Sus ojos vencidos por la vergüenza y la rabia observaron incrédulos al joven inexperto que le había derrotado. Las huestes malignas detuvieron su paso, mientras una luz sobrenatural comenzó a invadirnos, ocultando las sombras por un momento, llenándonos de paz, e inculcando en mí un nuevo sentimiento. El negro sucumbió en esta larga noche, donde la luna, tan presente en el largo viaje, iniciaba su descenso. No temí por el amanecer, no temí por el futuro. La profecía se había cumplido y la victoria ganada con honor quedaría gravada en los libros de las grandes hazañas.

El día llenó el horizonte dando calor a los cuerpos cansados de nuestros aliados. Mis ojos lloraron, una acción tan olvidada como impropia para un vampiro como yo. Pero aquella recompensa que se me brindaba, aunque fuese por una vez, me abrigaría cuando mi cuerpo tuviese que caminar de nuevo entre las tinieblas.

Las voces de los hombres oraron por los caídos y se alzaron para proclamar una nueva era. Vagué entre los amigos yacidos en el suelo, notando en mi piel la sangre derramada, mientras que la vertida en mis ropajes desaparecía con cada paso. Tomé la mano de Kain, fiel compañero y adalid de mi propio destino. Él descansó su lacerado cuerpo sobre mi hombro, levantándose y sonriendo pese a la mueca de dolor.

El cuerpo del demonio desapareció llevándose consigo toda la maldad. Iselor alzó la espada Verjum, que poco a poco se desvaneció entre sus manos en un adiós que le condujo al campo del reposo eterno de los héroes. Pude sentir la congoja que invadía a mi amigo. Nos miró sin embargo posando un puño libre de duda o temblor alguno sobre su pecho y entonces lo entendí. Entendí los sueños, los designios, los cruces del camino y las profecías milenarias, viendo en aquel joven el rostro de la esperanza y el futuro.


En la despedida un aliento, una brisa que remueve mis cabellos meciendo una melodía, una cajita de música, mi alma.