domingo, 30 de diciembre de 2007

Lilith

LILITH

El sueño se desvanece y al final del letargo acompaña una melodía. Procede de una caja de música, tenue, dulce, familiar. Las notas se deslizan hasta mi perpetuo lecho nocturno, sepulcro de mi vanidad y destierro, allí, donde una creciente sed de sangre arrincona mi humanidad.

El sol se ha olvidado de iluminar mi rostro y ya solo el fuego revela mis inmortales rasgos. No hay pulso ni aliento que marque mi estancia en este mundo. Pero aquella música puede conseguir que palpite este corazón abandonado a cualquier síntoma de vida, arrastrándome a una sensación desconocida, apreciando por primera vez desde mil eternidades el rostro de aquel que marcaría mi destino.

Observo el mecanismo que hace surgir las notas, testigos de mi larga letanía. “Lilith”, pronuncian mis labios como una plegaria al deseo de mi propio olvido, mientras el particular sonido se adhiere a mi pálida piel, vistiéndome de recuerdos.

Mi mano detiene el metal en movimiento, parando la música que ha debido despertarme, mientras que con mis dedos rozo el cuello del portador de la labrada cajita de madera.

Ya no hay tiempo para llantos, no hay momento para la angustia y el remordimiento. Ha llegado la hora de luchar, de seguir el destino. Es el tiempo de la esperanza y de la luz.

jueves, 6 de diciembre de 2007

EL SEDENTARIO Y EL GATO

El periódico yacía sobre el sofá, un caro mueble que ahora sufría constantemente las manchas de vino. Parte del rosado líquido aún permanecía en la copa, seduciendo desde el interior del cristal, deseoso de correr nuevamente por la garganta de su dueño. Las cortinas habían sido rasgadas por algún invitado y varios canapés sobrevivientes de la fiesta, sucumbían devorados por el apetito insano del gato del vecino. “Besssssese" solía colarse por la ventana del dormitorio. Ciertamente, en aquel ático enorme, donde acostumbraba a pasar el día entero, derrochando su vida y el dinero conseguido en un golpe de fortuna, el gordo minino constituía la visita más deseada. Puede que sus hábitos se estuviesen amoldando al tranquilo animal. Quizás la infinidad de aquellos pasillos cubiertos de obras de autores que ni siquiera conocía comenzaban a ser irresistibles y el hogar un mundo ajeno a todo lo que siempre había odiado del exterior.
Tras el ventanal del salón comenzaba a vislumbrarse el amanecer. El gato terminó su festín y se subió sobre su regazo. Él interpretó aquél gesto como una invitación a no moverse, a no hacer nada, a hundirse nuevamente en el sofá de 2.000 euros, a no resistirse a la ociosa existencia. Con un ademán intentó apartar al minino, haciendo un último esfuerzo por controlar de nuevo su vida. Pero “Bessssese” pesaba demasiado, quizás mañana lograra su objetivo.

lunes, 3 de diciembre de 2007

El objeto


En la arena, soportando la duda sobre su propia eficacia, permanece erguido el objeto indefinible. De palo nacido ajeno a la madera, cruzado, aguantado por piernas de carne tiesa mojada en color ceniza, corona las pequeñas dunas. La brisa mece su delgadez en insconstantes empujones. El viento le trae parte del mar arrastrado por las olas, y el objeto, en su inocencia se deja rociar por la sal que poco a poco lo consumirá. Insignificante, sereno, modificado por los pequeños seres que juegan a reorganizar sus miembros, alerta a la marea, al sol que lo alarga añadiéndole el temible apéndice sombrío, el objeto se duerme a la intemperie. No respira, no teme el porvenir ni solloza, solo se mantiene, solo existe.