domingo, 14 de abril de 2013
El honor y la batalla
Alzó alto el brazo y sonrió mientras bajo sus pies el imperio
sangraba. Reflejado en los agresivos ojos de su enemigo golpeó su furia contra el insensato que había osado retarle. La mueca sorpresiva de su adversario en aquel
duelo entre samuráis, se transformó en un rictus inexpresivo, indefinido,
mortal. Sus ancestros, que como aquella noche mil batallas habían vencido, se
mostrarían agradecidos por su honor y valía. Rió con la katana fija en su
mente, abriéndose paso en el mar de desesperación mientras que los cinco
elementos le acompañaban, le mecían apesadumbrados y rabiosos ante aquel
frenético caos. La noche se oscurecía aún más con el pesar de las almas
errantes, de los samuráis atraídos al jigoku.
Las flores del cerezo blanco se tiñen de rojo. El amanecer
no traerá otro día, sino el despertar de
una era en la que las hojas de acero se mantendrán en un obi de seguridad
y paz. Pero aquella noche maldita arrastraría junto a la victoria, el fuego y
devastación de una tradición, de un pasado en que las calles de Kyoto o de Edo
se vestían de gala para recibir a sus memorables guerreros.
Por última vez miró más allá de los caídos y de los cuervos
negros invitados al festín. Se arrodilló, ofreciendo una reverencia en su
locura. Porque el perfume a cerezo blanco no se mantendría en aquella nueva
era, gestada entre sangre y muerte.
© Mª Teresa Martín González
Suscribirse a:
Entradas (Atom)