viernes, 22 de junio de 2012

El polizón

Relato integrante del Libro "Sonetos y arrullos de amor (poemario) - La reina mora (relatario)" Autores: Taller de Escritura Guadalfeo



Allí se estaba muy calentito, el sonido del motor no me impedía acomodarme entre el poco espacio que tenía, ni apreciar las líneas blancas que aparecían y desaparecían en el asfalto, como un juego al que acabé aburriéndome. Dentro olía fuerte, pero cerca mis acompañantes de viaje desenvolvían algunos bocadillos, cuyo olor llegaba hasta mi nariz en cada parada. En una de esas escalas me atreví a bajar y estirar un poco el cuerpo, ir a algún rincón privado y hacerme con un trozo de jamón sobrante sobre el asiento trasero del coche. Miré alrededor. No me sonaba aquél desolado lugar, pero mi instinto me indicaba, sin género alguno de duda, que estaba cerca de mi destino.
Subí de nuevo al espacio reducido que me había adjudicado cuando observé al conductor mover sus manos en aspavientos nerviosos hacia sus congéneres, y como si un asiento de primera se tratase, me tumbé, disfrutando aún del sabor que la golosa merienda conseguida me había dejado en la lengua. Se reinició el escandaloso sonido. Mis oídos ya se habían acostumbrado, pero tardaría mucho tiempo en volver a curiosear en un sitio como ese.
Tras varias paradas más, el “jefe de aquél endiablado transporte” decidió que había llegado el final del trayecto, aparcó el vehículo, apagó el motor y las luces, y dispuso con premura un paseo entre la acera y el coche para sacar infinidad de bolsas y otros bultos. Allí no tuve más remedio que moverme de un salto lejos de la calzada, junto a los bultos. Miré a mi alrededor, casas, casas, casas de Motril, pero ninguna que me sonase. Oler, sí, olía a calle, olía a viento conocido, a hogar. Caminé durante horas aunque la noche se acercaba y empezaba a sentir el frío en mis huesos. Finalmente encontré algo que realmente conocía, era tan algo, tan grande con sus ramas moviéndose al ritmo de la brisa nocturna, y frente al árbol anciano, mi casa. Corrí mientras notaba todos los aromas, reconociéndolos, saboreándolos. Me hice oír junto a la puerta, y cuando esta se abrió, maullé de alegría al ver a mi dueña, recibiendo de ella un cariñoso abrazo.

 
©Mª Teresa Martín González