sábado, 24 de septiembre de 2011

EL VECINO


Escuchaba siempre sus apaciguados pasos por la escalera que conducía al ático. Él se alojaba en el único desván que en la posguerra había sido transformado en una minúscula pero acogedora vivienda. A su ascenso le precedía un ligero silbido, una melodía constante que no variaba, pervivía como parte de la existencia de aquel individuo solitario, que se hacía más lenta a medida que aumentaban los escalones dejados atrás. Durante algún tiempo ignoré al singular vecino, ocupada más en amueblar mi nuevo piso y conseguir un ambiente perfecto para convencer a mis padres de que ya no era una niña necesitada del cobijo familiar.
Tres gatos parecían recibir a mi vecino en su habitáculo, mientras una madura y segura voz apaciguaba sus particulares maullidos. Con el tiempo desarrollé una especie de sexto sentido para detectar cual de los mininos ronroneaba más al cariñoso tacto de su dueño. Entonces, tras saludos y complacencias varias con sus compañeros de piso, el hombre ponía un disco de Bach, sumiendo al edificio en una especie de limbo sonoro.

Cuando mi mente fue acomodándose al cambio y a soportar no descolgar el teléfono a horas intempestivas, las costumbres banales de Marie, la pizpireta vecina del primero, me inundaron y contagiaron. Mi comportamiento dio un nuevo sentido a la palabra aburrimiento y la curiosidad por fin traspaso las empapeladas paredes de mi hasta entonces tranquilo hogar.

La primera vez que me pegué a la mirilla, apenas pude apreciar aquella sinfonía que se deslizaba entre sus contraídos labios mientras posaba sus pies en cada escalón. Las veces que siguieron a mi primer día como cotilla oficial no obtuve mejores resultados. Alguna vez incluso abrí la puerta, consiguiendo descubrir el aroma cargado que desprendía el cuerpo del objeto de mi obsesión. Pero nunca vi su ansiada figura, sus ojos, aquella indumentaria extraña y negra que se había empezado a formar en mi imaginación. Y a medida que los rasgos inventados en mi cabeza se perfilaban más y más, el edificio se sumía en una oscura transición entre el abandono y una congoja que crecía atravesando las raíces del ladrillo y el olor a humedad que se evaporaba por las tejas esparcidas de nuestra comunidad.

©
Mª Teresa Martín González

11 comentarios:

  1. masssssss!!! que me tienes enganchada!!!!! :D

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  2. Masssss!!! que me tienes enganchada, podria ser un empiece de una novela! me encanta!

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  3. Magnífico relato, retrato del efecto de la soledad en una persona que necesita ocupar su tiempo, para que la mente deje de funcionar en se contra.

    Estupendo, querida.

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  4. Estupendo relato, digno de una gran novela.
    Tienes una mente prodigiosa.
    Enganchas con tus letras.
    Un abrazo.

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  5. EXCELENTE RELATO, ALGO OSCURO, ENIGMÁTICO... CON AIRES DE SOLEDAD ARRAIGADA EN PAREDES ÁRIDAS...

    BESOS Y ABRAZOS
    TE FELICITO POR ESTA TRAMA, MUY ATRAPANTE.

    CARIÑOS

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  6. FELIZ DOMINGO QUERIDA AMIGA
    BESOS Y ABRAZOS.
    QUE ESTÉS BIEN. CARIÑOS MILES.

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  7. Muchas gracias. Yo creo que todo tenemos un poco de cotillas, sobre todo cuando no tenemos la mente ocupada en otras cosas.

    Un saludo y gracias por pasaros por mi blog.

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  8. Como bien te han dicho podría ser el comienzo de una buenísima historia...de intriga y oscuros presagios....te felicito eres una escritora muy buena...besitos con mi cariño.

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  9. HOLA AMIGA
    NO TE ASOMBRES CON MIS POEMAS MELANCÓLICOS. YO SOY ASÍ, NO PODRÍA ESCRIBIR DE OTRA MANERA.

    TE MANDO UN BESO ENORME.
    CARIÑOS

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  10. Accedí a tu blog a través de un amigo común de la red. Y me gusta. Leeré despacio tus relatos, pero te veo cuidadosa y muy puesta en el relato.

    Felicidades y saludos de Maribelflores.

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  11. HOLA AMIGA
    EL PARAISO ESTÁ EN NUESTRO INTERIOR Y TENEMOS QUE TRATAR DE HALLARLO, LA PAZ CON NOSOTROS MISMOS ES IMPORTANTE PARA LUEGO RELACIONARNOS CON LOS DEMAS.

    UN BESO GRANDE.

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