viernes, 7 de enero de 2011

UN VIAJE, UN SECRETO, UN DESTINO

Se adentró entre las personas que colapsaban el andén. Gentes ruidosas, mundanas, que gritaban para poder oírse entre la multitud. Algunas señoras se retocaban los divertidos sombreros de viaje que alejaban la seriedad que les procuraban sus trajes apagados. Otras aprovechaban para introducir sus frías manos en los discretos bolsillos de la gabardina de su acompañante, recibiendo el cálido roce ajeno.

Despegó de su mano el arrugado billete. Miró con desagrado el número de asiento que había resbalado hacia su palma por culpa del sudor. Oyó un pitido lejano. A él acudió un irrechazable impulso de mirar el reloj constantemente, pero el tren entró en la vía cuatro. No era el suyo. La maleta comenzaba a pesar mientras la sensación de espera se convertía en ansiedad. Toda una vida contenida en un roído cajón de cuero plastificado, de cuyo lateral colgaba una etiqueta: “David Stinwel, Calle del Terrazo número quince, Londres”. La dejó en el humedal del suelo, sin preocuparle que la mayor parte de la valija se limpiara con un considerable charco.

Otro pitido avisó que un nuevo tren hacía entrada. La maquinaria expulsó una ingente humareda que hizo retroceder a los viajeros situados en primera línea. El transporte parecía pequeño ante toda la gente agolpada intentando penetrar en el monstruo. La ansiedad dio paso a un nerviosismo acuciante en su cuerpo. Cogió la maleta ajeno al tizne dejado por ella en las aguas del charco. ¿Le ayudo señor? Se ofreció un hombre con un uniforme azul, en la solapa prendía una minúscula parte de su último almuerzo, dejado posiblemente con premura ante el aviso del tren. No gracias. Masculló perturbado. Es mi carga.

Recordaba perfectamente aquél día. El recién llegado rozó con su maleta los suaves rasos del vestido de ella. Su nombre es David, David Stinwel. La voz de Sara parecía tan dulce al pronunciar su nombre. Es mi nuevo editor. La Editorial quiere que él dirija mi próxima novela. Acaba de llegar desde Manchester, pero es un pequeño genio ¿no crees? Edgar observó al muchacho, el corte pueblerino de su traje, los cabellos lacios sobre la frente, sus ojos cansados, y aquella maleta arcaica que agarraba como si fuese un anexo de sus falanges. David sonrió, esbozando un cautivador y carismático gesto, alejando de si la imagen preconcebida en la mente de Edgar. ¿Un pequeño genio? No, aquel muchacho iba a ser un diminuto problema que se establecería en casa, acompañado de su vieja maleta que olía a rancio, invadiendo su espacio, usurpando su lugar, el cariño y admiración de Sara, volviéndole paranoico, irritable y asustadizo. El invitado se sentó en una de las sillas tapizadas de la cocina, mientras Sara le servía un té. Mantuvo en todo momento su mano izquierda asiendo el asa de su único equipaje, haciendo crecer en Edgar la curiosidad por el interior de aquel objeto.

Regresando del breve viaje al pasado, colocó su sombrero sobre la maleta ubicada bajo el asiento. Se sentó y respiró esperando a que el aire dejara de hacer eco en sus alterados pulmones. Los últimos viajeros en subir al tren aún recorrían los vagones. El viaje de vuelta iba ser poco tranquilo. Intentó sin éxito que el billete no se borrara esta vez. Era su sino desde aquel día, como si su asiento no constara, no existiese.

-Disculpe –llamó alguien con una aguda voz.

El hombre observó las personas distraídas que se encontraban sentadas a su lado. Un anciano, dos religiosas y una señora que se abanicaba insistentemente ahuyentando el calor.

-Disculpe –repitió la desagradable voz-. Está usted en mi sitio.

El hombre miró a la portadora de aquellas palabras de aviso, porque eso era, una advertencia, quizás una recomendación, ¿estaba en su sitio? Que diablos, siempre compraba este número de asiento cuando viajaba. No era posible ninguna equivocación. Observó a su interlocutora con detenimiento y hastío. Una mal educada muchachita de bien, con sus zapatos de antelina y un dichoso perro olisqueándole la barbilla.

-No es posible, madame –contestó alterado-. Número 14, ventanilla izquierda. Sí, este es mi asiento.

Aquellas palabras parecieron confundir a la dama que esperaba la consideración de él, quizás acostumbrada a la condescendencia de los hombres.

-¿Su asiento? Está usted equivocado –su voz crecía a la vez que los molestos gemidos de su perro.

El revisor escuchó la discusión desde el extremo del vagón y continuó con premura su paseo hasta el lugar. “Cabe la posibilidad que la equivocación sea de usted”, es lo último que logró soltar antes de que aquella simple disputa se convirtiera en una excusa de aquella mujer para sentirse ultrajada, vejada y consiguiera convencer al encargado sin tener que enseñar el pasaje. Él viajero buscó su billete en el bolsillo de la gabardina, pero entonces recordó que el número de asiento figuraba borroso, convertido en una mancha sucia de tinta en su piel.

La respiración se le aceleró. Enfadado en aquella irritable situación, confuso y enfermo, fue invitado a abandonar el transporte entre dos agentes. Una vez en la vía intentó zafarse de los brazos que le asían mientras que el encargado leía su identificación. “Edgar Soyerbe”, murmuró el uniformado mientras el tren emprendía el largo trayecto. Frenético se desprendió de sus aprehensores, corrió, corrió, recordando entonces el motivo de su viaje, hasta que las fuerzas se agotaron y el último vagón de la máquina quedaba bastante inalcanzable a sus posibilidades. Entonces rió, en una risa que ascendió convirtiéndose en una sonora e histérica carcajada. “La maleta, la maleta...”, consiguió articular en una mueca. Pero ninguno de ellos logró saber nunca a que se refería, excepto un curioso perro que en aquel mismo momento olisqueaba bajo el asiento de su dueña.


© Mª Teresa Martín González

6 comentarios:

  1. Magnífico. Me ha dejado absorta. Me gustaría seguir leyendo parte de esta historia, si es que tiene continuación.

    Una delicia leerte.

    Besos

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  2. Es que escribes maravilloso, cielo!
    Si me permites, colocaré el enlace a tu blog en mi perfil de facebook, para que muchisima gente mas te visite.
    Un beso enorme, con cariño..

    _Charo_

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  3. Será un honor Charo. Un saludo y espero seguir disfrutando yo también de tus escritos. Como verás, yo tengo tu enlace en mi blog, de modo que veo enseguida cuando subes algo a tu blog y lo pueda disfrutar quien entre en el mío.

    Un saludo.

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  4. Hola Maite, noes que lo diga sólo yo , es que escribes para quitarse el sombrero. Besos Maruja.

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  5. Hola Maite, que bien escribes como dice Maruja pa quitarse el sombrero, besos.Magda.

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