domingo, 4 de diciembre de 2016

Un trozo de arcoíris

Parecía una nube sobre la chimenea, o un trozo de arcoíris desprendido. Me negaba a darle un nombre mientras lo observaba flotar, primero sobre los sauces del jardín y después ascender rebotando de tres en tres tejas. Noté el empujón de mi hermano pequeño para que me acercase a la escalera que había colocado mi padre aquella mañana para quitar los adornos de Navidad. Aunque reticente al principio, no podía negar el interés que aquél objeto causaba en los dos niños que con ojos curiosos lo examinábamos.
No más de diez pasos me separaban de la escalera plegable, pero suponía una tentación demasiado peligrosa, no por la inestabilidad de la misma, sino porque quedaba demasiado a la vista y mi acto sería duramente reprendido. Subimos al desván, desde allí parecía una mejor opción salir al tejado y acercarme, aunque el objeto flotaba de un lado para otro e inspeccionaba en ese momento la veleta con forma de gallo. Puse el primer pie sobre el alfeizar, no permitiéndome un solo paso en falso, aunque no me preocupaba demasiado y mi único interés seguía siendo los colores cada vez más intensos a los que me iba acercando.
Dos pasos, tres, descanso, uno, agarrarse bien, no mirar hacia abajo, y mi meta cada vez más próxima. Y entonces el viento comenzó a mover las ramas de los árboles y pronto se empeñó en jugar con lo que ya consideraba mi regalo tardío de navidad. No, no se me escaparía. Corrí sujetándome en la endeble vaya decorativa y llegué. Las sensaciones que me embargaron fueron muchas, decepción, asombro y alegría por ese orden. Ya junto a mi objeto, parecía un globo, con su pequeña cuerda incluida, con la que se había mantenido sujeto los últimos minutos junto a la veleta, enredada, pese a que el viento empujaba cada vez más fuerte. Pero su tacto, sus colores, ese brillo, no, seguía perteneciendo a esa clase de piezas extraordinarias y mágicas que de vez en cuando se dejaban ver en nuestro mundo. Sin miedo me apoderé de su cuerpo, lo abracé, impregnándome de su luz, de las diminutas partículas de brillo que surgían de su interior. Cerré los ojos cuando el viento quiso arrebatármelo con furia. Y nuevas sensaciones me invadieron, la soledad, la desesperación, la tristeza. Quería, no, amaba ese objeto, mi objeto, mi pequeño trozo de arcoiris, por lo que cuando ya se estaba alejando, sin atender al peligro de mis actos salté, salté tan alto que la Señoríta Emilita me hubiese puesto matrícula de honor en gimnasia. Tome entre mis manos la cuerda y ascendí, ascendí, asombrado y emocionado, sin darme cuenta que sobrevolábamos el pueblo, los tejados nevados y el campanario, que huíamos llevados por un huracán de emociones a algún lugar maravilloso.


©Mª Teresa Martín González


2 comentarios:

  1. Hola Teresa, de trozos de algo construimos un todo......por ahí se
    empieza...
    Pasa buen día, besos de arco íris.

    e

    ResponderEliminar