jueves, 30 de diciembre de 2010

La nieve se reflejaba en sus ojos, brillante, pura, encerrada en sus pupilas como en una jaula con la barriga llega de estrellas. Movía sus bracitos nerviosa, mientras yo podía notar el palpitar galopante de su pequeño corazón. Sonreía, mordía con entusiasmo aquella diminuta manopla que nunca conseguía quedarse en su mano más de tres minutos. Él la miraba asombrado a mi lado, observando sus carrillos sonrosados y los rizos dorados que sobresalían por debajo del gorro de lana de estrambóticos colores. La niña reía y reía, descubriendo con fascinación, su primera navidad.

© Mª Teresa Martín González


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viernes, 10 de diciembre de 2010

Despierta


Rozó con cuidado el interruptor dejando una apreciable mancha carmesí entre el pulcro material. La luz parecía más intensa aquella noche sobre su cabeza y su rostro pálido se reflejaba en el espejo de forma fantasmal, mientras el foco perdía y ganaba intensidad a ritmo cardiaco en compás con su excitado corazón. Giró el grifo dejando fluir el agua caliente. Colocó las manos bajo el transparente líquido restregando con enfermiza rapidez cada milímetro de sus dedos. El vapor comenzó a borrar su imagen en el espejo mientras él hacía lo propio en su mente. “No es real” repetía susurrando,“No es real” expulsaba con cada aliento entre sus labios temblorosos.

Retrocedió invadido por la neblina espectral y el incesante sonido del agua. Arrancó la camisa que hacía fe de su pecado, apartando poco a poco toda su vestimenta en un rincón de aquel baño como si de la imposición de un castigo se tratase. Pequeñas gotas de sudor resbalaban por su cuerpo desnudo. Hacía calor, un endiablado calor en aquel habitáculo vacío de cualquier sensación de comodidad. Descorrió sin coordinación las elegantes cortinas que cubrían la bañera y tanteó hasta que abrió el grifo de aquella tina noble. El agua helada comenzó a cubrir poco a poco su enrojecida piel, enfriando su cuerpo, calmándole y adormeciéndole, interrumpiendo el vertiginoso ritmo de su corazón. “Hace frío” susurró, pero aquella voz parecía distante y lejana de su garganta, como si saliese de entre las baldosas de la pared. “Hace frío”, repitió mientras reconocía aquella voz dulce y delicada.

Un espasmo recorrió cada extremidad, cada hueso y cada cabello. Sus ojos se abrieron sin que pudiese recordar cuando los había cerrado, el agua de su baño especial se había enfriado y alguien golpeada suavemente en la puerta. “Cariño, hace frío y llevas mucho rato ahí dentro. He encendido la chimenea y hecho chocolate caliente”.

Se incorporó aún tembloroso por aquel sueño, mirando con melancolía más allá de la hoja de madera que le comunicaba con ella. Después de abrigarse con su viejo albornoz dejó sobre el lavabo la brillante cuchilla. Abrió finalmente la puerta, donde le invadió el calor del hogar.


© Mª Teresa Martín González


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