martes, 3 de junio de 2008

EL AVE DE NEPAL

Notaba la losa húmeda bajo mis pies descalzos aquel amanecer de noviembre. Las gotas resbalaban de los tejados multiplicándose al llegar al suelo. Me gustaba esa sensación de frescor, el olor a milenio y tiempo, a historia, a la caricia de la paz que amenizaba mi caminar, y esa constante música que para mí formaban los rezos de mis hermanos. La vieja Katmandú apenas había despertado, pero yo ya me había osado a recorrer los rojizos muros del templo, intentando escuchar el rumor del río Vishnumati en la distancia, y la voz de las eternas montañas, que como el suelo que pisaba, resistían a los cambios de humor de la tierra.

Escuché por tercera vez el sonido del gong, mis pasos se aceleraron y los latidos se precipitaron al ritmo de las vibraciones del habitual llamamiento. Corrí, recitando mis oraciones, cerrando los ojos, conociendo perfectamente cada metro, cada rincón y cada piedra de aquel hogar, antiguo pero resistente. Entonces lo escuché bajo mis pensamientos, disimulado por los rezos de los monjes y el murmullo matinal. Me paré sin abrir los párpados, dejándome llevar por aquel sonido, localizándolo, explorando cada sinfonía de sus notas, cada palabra sin ser palabra, y una vez notada su presencia me atreví a mirarlo. El reclamo procedía de una hermosa y extraña ave cuyas plumas grisáceas y marrones no quedaban deslucidas entre los colores del lugar. Silbé aclamando su atención, vergonzoso ante la burda comparación de mi ruido con el canto del nuevo miembro de la comunidad. Alcé mi brazo queriendo rozar su pequeño cuerpo, retenerlo, guardarlo para mí. El ave se giró permitiéndome admirar el pulcro plumaje de su pecho, observó el movimiento de mi mano y emprendió el vuelo ocultándose tras los tejados, perdiéndose en la libertad.

Durante días mantuve la esperanza de volverlo a ver y preguntándome si de no haber querido encerrarlo entre las rejas de mi egoísmo, aún permanecería embargándonos con su magnífica y singular presencia.

2 comentarios:

  1. No puedo creer que precisamente tú, pienses que yo, soy original. Yo me pregunto, precisamente, cómo se te ocurren temas tan nuevos. Un abrazo y duro con ello.

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  2. Cada palabra que deslizas al papel viaja embriagada de ternura, vuelo junto a tu ave,a ese hermoso espacio de tiempo y paz que conlleva cada minúsculo rincón de tu relato.
    Un abrazo. Maria de la Cruz.

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