El fuego que devora, la llama que nunca se extingue, el grito que respira ahogando cualquier resquicio de vida. Aquel trueno que cegó los ojos y destrozó mis oídos también entró en el hogar, desquiciando, aullando, pretendiendo alimentar su fuerza con los restos dejados. Algo se quebró en la huida a la esperanza mientras el olvido y la desesperación crecen entre las ruinas de la civilización. El cuerpo estalla, el alma se une a la sinrazón, mientras imperceptibles llantos acompañan la sinfonía de la muerte, rezando por la inconsciencia humana.
El ser humano siempre destruye lo que ama, lo que respeta y lo que le mantiene vivo, en la errónea creencia de que todo es eterno.
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